Ayer tuve la oportunidad de reflexionar
sobre la importancia del uso de las redes sociales cuando se producen fenómenos
meteorológicos adversos. Fue en el curso de la Semana de la ciencia en el
marco de mi Facultad, la de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Allí acudí
invitado por la doctora María Luisa Sánchez.
Rodeado de destacados periodistas del mundo de la meteorología
como José Antonio Maldonado o Roberto Brasero, diserté sobre la
importancia, cada vez mayor, de conversar con los ciudadanos a través
de las redes sociales durante las emergencias.
Mucho fue el interés
que el tema suscitó
entre los jóvenes alumnos
universitarios quizá
al sentirse concernidos tras comprender que todos y cada
uno de ellos, armados con sus dispositivos móviles,
atesoran en su bolsillo una poderosa herramienta de comunicación. Un instrumento que muchos hubiéramos querido tener en nuestros duros comienzos cuando nos disputábamos, a carreras, una cabina telefónica para poder ofrecer nuestra crónica radiofónica.
Pero el potencial comunicativo que ahora
tenemos a nuestro alcance no es sólo el más
evidente, la capacidad de retransmitir de forma sincrónica al mundo lo que
nos rodea. La trascendencia del cambio al que asistimos es aún
mayor y también sus consecuencias. Decía hace sólo
unos días Andrés Ortega (especialista en Big Data) en el Maratón de Social Bussines de JuanMerodio que los datos son el petróleo del siglo XXI. Cierto. Muy
cierto. Y también en emergencias donde cada minuto es esencial para tomar las
decisiones correctas.
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Foto de una explosión de gas en Orcasitas (Madrid) obtenida por Twitter a los 14 minutos de recibirse el aviso en el 112. |
Qué
gran avance el poder contar con tantas fuentes de
información sincrónica. Y es que Twitter se ha convertido en el sonar de las
emergencias. Cada tuitero se comporta como una suerte de baliza capaz de transmitir datos de lo que le ocurre a su alrededor. Decenas, centenares, miles de
datos con un alcance quizás global que ahora debemos aprender a explotar y a manejar. Sólo en el huracán Sandy 20 millones de tweets o casi 6.000 tweets/sg en el Terremoto de Japón de 2011.
¿Porque, cómo diferenciar un delfín de un tiburón de entre las ondas captadas por ese sonar? ¿Cómo distinguir
el contenido de indudable valor del que no lo posee o del que, incluso,
pretende causar el caos en forma de bulo o de Fake intencionado? Nuestra
responsabilidad, la de quienes gestionan emergencias, es ahora dotarnos de los procedimientos y las
herramientas de análisis y criba para poder emplear el Big Data emergente en
beneficio de todos, porque Twitter puede salvar vidas pero también
sepultarnos en datos.